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Actualización de cómo va la causa
Jimena Nair Meinert, Teaming Manager, el 30/01/2025  a las 10:05h

Mi viaje hacia el dar

Me llamo Jimena Nair, y hoy quiero compartir una experiencia que transformó mi vida. Llegué a la India el 6 de diciembre de 2024, por segunda vez, al que considero un país tan maravilloso como caótico. Desde el momento en que pisé sus calles, me envolvió un torbellino de estímulos: el sonido constante de bocinas, motos y coches que comparten carril con vacas y personas que parecen moverse en todas direcciones al mismo tiempo. Al principio, el caos te abruma, pero con el tiempo, aprendes a fluir con él y a entender su armonía oculta.

En mi primer mes, recorrí en moto el estado de Rajastán, un lugar que me permitió descubrir tesoros escondidos en pequeños pueblos que parecían detenidos en el tiempo. Recuerdo un pequeño pueblo con casas pintadas en tonos de azul añil, donde los niños corrían descalzos entre los callejones. En los bazares, los aromas de especias como el cardamomo y la cúrcuma se mezclaban con el humo de los carbones encendidos y el olor dulce de los chai recién preparados. Allí aprendí que la belleza no siempre está donde esperas encontrarla, sino en los rincones escondidos que solo encuentras cuando te pierdes.

Luego, mi camino me llevó a Goa y finalmente a Udupi, una ciudad en el estado de Karnataka. Fue allí, en un pequeño pueblo llamado Katpady, donde viví una de las semanas más significativas de mi vida.

En este tiempo viajando no solo por India, sino también por el sudeste asiático, descubrí algo hermoso: la generosidad desbordante de las personas locales. En estos países, la gente abre las puertas de sus hogares y de sus corazones, confiando en la bondad de quienes llegan desde lejos. Recibí tanto: hospitalidad, sonrisas, amor, cosas que el dinero no puede comprar y que son difíciles de describir. Este regalo intangible despertó en mí una necesidad profunda de dar algo a cambio, de devolver al mundo un poco de lo que había recibido.

Fue con este propósito que llegué a un ashram en Katpady, un refugio donde personas mayores sin apoyo pueden encontrar un hogar. Recuerdo presentarme al propietario con estas palabras:
“Hola, soy Jimena y he venido a dar. Quiero ayudar en lo que pueda y en todo lo que necesiten.”
Él, algo sorprendido, me respondió:
“No necesitamos ayuda. Estamos bien. ¿Estás segura de que quieres quedarte? Este no es un lugar cómodo.”
Sin dudarlo, le aseguré que no buscaba comodidad, sino compartir, ayudar y ser una más de ellos. Después de un rato de conversación, finalmente aceptó y me dijo:
“Está bien, te prepararemos un lugar.”

Cuando me llevaron a mi habitación, entendí lo que él había querido decir con “no es cómodo”. Era una pequeña habitación compartida sin colchón sobre una cama de hierro cubierta con una manta, un ventilador que giraba lentamente en el techo y una ventana sin cristal que daba al campo. Sin embargo, todo eso era insignificante comparado con la calidez que sentí al instante. Las miradas curiosas y las sonrisas tímidas de los residentes me hicieron sentir bienvenida.

Esa semana fue mágica. Me unía a ellos en sus tareas diarias: barrer el patio, limpiar las habitaciones, o simplemente sentarme a escuchar sus historias. Aprendí sus nombres, sus costumbres, y algo aún más importante: su forma de ver la vida. Ellos no se quejaban de lo que no tenían; vivían agradecidos por lo que sí tenían, por pequeño que fuera. Conviví con personas llenas de amor, me sentí parte de una gran familia y recibí más de lo que nunca habría imaginado. Nos hicimos hermanos en solo siete días. Ellos me cuidaron con un cariño indescriptible, preocupándose constantemente por mi bienestar. Lo que vivimos juntos no puede explicarse con palabras, solo sentirse con el corazón.

El último día fue devastador. Mientras preparaba mi mochila, sentía un nudo en el estómago. Ellos me miraban desde lejos, con una mezcla de tristeza y resignación. Cuando llegó el momento de despedirme, mis lágrimas finalmente cedieron. Uno a uno, me abrazaron con fuerza, pero Ganga, con quien había creado un vínculo especial, se negó a darme un abrazo. Al principio no lo entendí, pero después vi el dolor en sus ojos. Su forma de protegerse era mantener la distancia, porque sabía que la despedida dolería demasiado.

Al dejar el ashram, llevaba conmigo más que recuerdos; llevaba una transformación. Había llegado con la intención de dar, pero me di cuenta de que ellos me dieron más de lo que nunca podría devolver. Me enseñaron que el amor verdadero no se mide en gestos grandiosos, sino en pequeñas acciones cargadas de intención.

Por todo esto, decidí crear algo más grande. Quería DAR más, devolverles un poco de la dignidad que merecen y mejorar sus condiciones de vida. Así nació la idea de recaudar el dinero necesario para brindarles un hogar más digno y seguro.

Ese mismo día, empecé a trabajar en ello, imaginando cada detalle. Pensé en colchones para que pudieran descansar cómodamente, reemplazando las duras tablas de madera sobre las que duermen. También soñé con camas más resistentes y funcionales. Las habitaciones, con paredes desgastadas y apagadas, cambiarían radicalmente con una simple capa de pintura, llenándose de luz y energía positiva.

Otra necesidad importante eran las puertas en los baños, algo tan básico, pero que les daría la privacidad que todos necesitamos. Además, reparar algunos defectos en la electricidad y la fontanería haría que la vida en ese lugar fuera mucho más fácil.

Mientras pensaba en esto, empecé a sentir una chispa de esperanza. Esto tenía sentido, esto era posible. Ese mismo día, gracias al apoyo de personas increíbles, ya había recaudado 470 euros. Sentí que estaba dando el primer paso de algo más grande.

No sé cuánto tiempo tomará lograrlo todo, pero hay algo que sí sé: no voy a olvidarme de ellos. Ese día llegará, el día en que, juntos, celebremos este gran logro. Un día en el que esas pequeñas cosas que ahora parecen imposibles sean una realidad para ellos.

Gracias por haber llegado hasta aquí y por interesarte en mi historia. Con este proyecto quiero dar una oportunidad a todas las personas que quizás no han tenido la posibilidad de vivir una experiencia como esta, en un lugar como este. Quiero que todos, de alguna manera, podamos sentir esa chispa que se enciende dentro de nosotros, ese fuego que arde cuando hacemos algo por alguien más.

Gracias, gracias, gracias.

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