La Navidad ya está aquí.
Las calles se inundan de personas y los escaparates brillan más que nunca.
Todo está lleno de juguetes y cachivaches envueltos para regalo. Los niños, cómo no, lo miran todo embobados. Su lista de deseos es casi infinita y en la Pole Position: “Mamá, por favor, ¡quiero un gatito!, ¡Dile a los Reyes Magos que me traigan un gatito!.”
Es complicado resistirse.
Los animales te iluminan la casa, la vida y el corazón. Admítelo: tú misma quieres uno. Yo misma quiero otro.
Al final suspiras hondo y caes: regalas un ser vivo a tu madre, tu sobrino, tus hijas… Pero cuidado: porque no es lo mismo regalar un gato por Navidad, que regalar un hogar a un animal en estas fechas.
La diferencia puede parecer sutil, pero es inmensa.
Los animales no son objetos, no son antojos, no nacen con etiqueta ni precio. Los animales no son un regalo, son una responsabilidad. Los adoptas y te conviertes en lo más importante de su vida. Su amor es como ningún otro: es incondicional, no se contamina.
Imagina si tú lo correspondieras.
Si en vez de comprar y regalar, adoptas. Y lo haces (además) con cabeza, con cariño, con cuidado. De dos en dos, en familia, sin separar hermanos, madres e hijos. Sin descartar por edad, color o aspecto físico…
Hoy podemos dejarnos arrastrar por el consumismo y la fiebre del juguete, o conectar con el amor y la empatía que teóricamente se promueve en estas fechas.
Elige dónde quieres estar. Elige quién quieres ser.
Esta Navidad, no regales un gato.
Regala un hogar.
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